¿Cuándo nos conocimos?

 Vernacci es un nombre que comenzó a sonar por primera vez dentro de mi cabeza en el año 2008. Por aquel entonces apenas era el nombre bosquejado de un personaje perteneciente a una novela que estaba escribiendo; vomitando sería lo más correcto, porque aquella experiencia, que asocio a días de desconcierto y cierta oscuridad anímica, respondió más a una pulsión liberadora que a un proceso de escritura controlado. Aquel personaje recién llegado tomó las riendas de su propio nombre, de mi imaginación, y me narró sus extrañas aventuras mientras yo me balanceaba durante horas en un viejo columpio, cigarro en mano; o quizá fuese yo quien le narrase mi aventura mientras él filosofaba en su despacho salmanquino, rodeado de libros, discos de ópera y un intenso olor a tabaco curado. Quién sabe. Lo cierto es que aquellas charlas privadas con el profesor Vernacci –porque es profesor– dieron su fruto. En poco tiempo, la novela terminó de escribirse y tras posteriores correcciones y lecturas, relecturas y más correcciones, Viajeros del Picoteórico, como se llamó aquella crónica de una amistad invisible pero tangible, terminó guardada en un oscuro cajón. Algunos años después, sin embargo, saltó por la ventana y echó a correr con una preciosa encuadernación del color de las nubes. Fue un viaje modesto, aunque dejó tras de sí las huellas suficientes para ser recordado. Una de estas huellas es el magnífico complemento creativo que supuso la participación del pintor e ilustrador Antonio Hernández durante el par de meses que preparamos el libro para su publicación. Su talento consiguió que el resultado final superase el que las letras por sí solas merecían, pero también se hizo notar a niveles que trascendieron el proyecto. No era la primera vez que conversaba con Antonio, ya que además de amigo es pariente cercano, pero sí fue la primera vez que entablamos cierta comunión creativa que siguió retroalimentándose hasta el día de hoy y que nos ha conducido a toda clase de proyectos creativos, muchos de los cuales nada tienen que ver con el medio que nos permitió colaborar juntos por primera vez. Ahora, hemos decidido cerrar el círculo que empezamos con Viajeros del Picoteórico y dar forma a nuestro proyecto más ambicioso –y lógico, teniendo en cuenta nuestros inicios– hasta la fecha: una editorial. Como voraces lectores, nuestra imaginación ha perfilado innumerables planes para la preservación de antiguos títulos descatalogados o maltratados por las caprichosas circunstancias del mundo editorial, para la divulgación de nuevas obras y su armoniosa convivencia con lo viejo; se ha recreado con el intenso y fascinante proceso que convierte un manuscrito en libro, y nos ha retado –tentado– hasta el final. El viejo profesor ha vuelto a romper su silencio, su nombre se impone nuevamente y Ediciones Vernacci da el primer paso para existir.

 

Rafael Lindem