Es complicado estimar cuándo dio comienzo el estilo literario que conocemos como “policiaco”, aunque sí podemos aventurar que sus bases más populares fueron acuñadas por un triunvirato de autores que vieron en los sucesos recogidos por la prensa de su época —finales del siglo XIX y principios del XX—, el caldo de cultivo perfecto para la creación de un nuevo tipo de ficción, nuevo al menos en lo referente a su concepción. Edgard Allan Poe, Arthur Conan Doyle y Agatha Cristie abrieron la puerta a un universo de investigadores privados, enigmas, villanos y escenarios llenos de peligros. También abrieron camino a toda una horda de autores que a principios del siglo XX supieron dejar en la fórmula original su propia impronta, en algunos casos revestida de cierta sofisticación que nada o poco tenía que ver ya con el folletín detectivesco que había venido entreteniendo a los lectores hasta entonces. Esta hibridación fue más allá de la novela negra (cuyos personajes suelen ser moralmente más ambiguos que los del perfecto y maniqueo relato policial) y tomó múltiples direcciones. Ahora que los perdedores tenían voz, que un escenario podía ser tan imperfecto como la vida misma, las posibilidades narrativas se multiplicaron; en pleno auge del pulp, el idioma noir —simple, directo, mundano, realista— alimentó distintos subgéneros, como el hardboyled, pero fue también algunos pasos fue más allá y entró de lleno en géneros como el misterio, el terror o incluso la ciencia ficción. No es difícil percibir su huella en la obra de autores como Lovecraft, Howard o Hodgson, así como en multitud de autores actuales como King o Ketchum. La línea Puño gris, desea explorar esta amplia tela de araña que comenzara a tejer Dupin en la ya mítica Rue Morgue, y que a día de hoy continúa atrapando enormes y valiosas presas que deben ser conocidas. Tendremos pasado, tendremos futuro, tendremos noir, terror y misterio. Está permito fumar, y no necesariamente en pipa.
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