Cuando el emperador romano Calígula clavó sus ojos en La Odisea de Homero tuvo la impresión, al parecer, de que la semilla emancipadora que encerraban sus páginas era demasiado grande y peligrosa para dejarla a su aire. Llevado por el pensamiento “prohibido viajar más lejos que mi psicosis” el emperador restringió la fantasía homérica, pero así como el odre lleno de vientos que Eolo entregó a Ulises (Odiseo para los amigos) ayudó a que éste viajase a más velocidad, los cantos de La Odisea lograron lo propio con la imaginación de sus lectores, que logró perpetuar la existencia de esta magnífica obra hasta nuestros días. No fue el primer caso en que un libro tuvo que esforzarse para sobrevivir a los protocolos de un pensamiento dominante, y, por supuesto, tampoco fue el último. Recordemos la larga lista de libros prohibidos confeccionada por la Iglesia Católica en el siglo XVI, donde se reunían títulos imprescindibles de la protociencia y del pensamiento humano en general. Ya más cercanos a nuestros días, obras como Lolita, de Vladimir Nabokob; Las uvas de la ira, del genial novelista (cronista) John Steinbeck, o incluso simples divertimentos como el primer libro de Harry Potter, han sufrido diferentes reacciones paralizantes, unos por abordar tabús de carácter sexual, otros por arrojarnos a la cara la realidad que nadie quiere recordar, o por chocar de frente con la situación político-religiosa-social de cualquier parte del mundo. Podría parecer que un libro deja de ser un objeto maleable y tiende a imponer su pensamiento como haría cualquier profeta alborotador, complementando, contaminando o imponiéndose al pensamiento general. Podría decirse que un libro puede incluso ser juzgado por el uso e intención de su lenguaje, y por lo tanto ser perseguido y condenado como haríamos con cualquier criminal. Sin embargo, este símil, que ha conducido a la quema y prohibición de libros, o a su rechazo sistemático, contiene un error de base: un individuo puede invadir nuestra privacidad sin llamar a la puerta, mientras que un libro necesita de nuestra colaboración. Ediciones Vernacci quiere colaborar con el arúspice ensangrentado, con el cuentista maltratado que grita sus historias y nos permite viajar tan lejos como llegue su imaginación, por sucio que sea el viaje, y para este fin pondrá en marcha la línea Puño sucio, un espacio dedicado a la novela negra y de terror, pero orientado a paladares blindados capaces de tolerar lo “intolerable”. No será una línea fácil de digerir para el lector medio; en ella no existirá la menor censura, ni límites morales que impidan contar una historia como su autor/ra crea que debe ser contada. Nieves Guijarro Briones, coordinadora de esta audaz colección ha definido ya los primeros pasos de un sendero sangriento, blasfemo, amoral pero también tremendamente estimulante. No habrá Calígulas, ni tijeras, ni hogueras, sólo el homérico empeño de enfrentaros a la libertad y un libro que espera ser abierto.
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